No me molestan los dioses mientras no vengan armados. Siempre y cuando su ira no esté plagada de justificaciones vanas que sus fieles seguirán ciegos de fe en la redención.
No me importa cómo luzcan, me preocupa que usen su apariencia como molde en el que muchos no cabremos jamás.
No me desagradan los dioses con sus días y fiestas de guardar, me molesta que vuelvan profano todo aquello que las atraviesa, como si caminar la vida fuera pecado.
No me molestan los dioses que adornan las paredes de las casas, me disgusta que habiten los corazones vacíos.
No me incomodan los dioses inmateriales e inhumanos, me entristece que haya creyentes a su semejanza, sin una gota de humanidad.
No me enfadan los ritos ni las ceremonias de esos dioses, me fastidia que sus hijos actúen como si hubiera un contrato para la existencia que además puede ser negado en vida o muerte.
No me enojan los portadores de su palabra, me enfada que la arreglen a su antojo y comodidad con la intención cara de afectar al enemigo.
No me asustan esos dioses justicieros que han de conmoverse de las desgracias humanas, más compasivos que los soldados que los usan como escudos en guerras sin ley.
No le temo a la ira de esos dioses ni a su mano opresora, pues no son ellos quienes usan las mismas cuentas con las que rezan para ahorcar a los infieles.
No me da miedo ofender a esos dioses con mi palabra, porque ellos están muy por encima de los códigos humanos que han sido vendidos ya al mejor postor.
No me molestan los dioses mientras no vengan armados. Me molesta más bien que los usen como arma ridícula, de ridículo y enjuiciamiento.