martes, 5 de enero de 2021

A mí no me molestan los dioses mientras no vengan armados.


No me molestan los dioses mientras no vengan armados. Siempre y cuando su ira no esté plagada de justificaciones vanas que  sus fieles seguirán ciegos de fe en la redención. 

No me importa cómo luzcan, me preocupa que usen su apariencia como molde en el que muchos no cabremos jamás. 

No me desagradan los dioses con sus días y fiestas de guardar, me molesta que vuelvan profano todo aquello que las atraviesa, como si caminar la vida fuera pecado. 

No me molestan los dioses que adornan las paredes de las casas, me disgusta que habiten los corazones vacíos.  

No me incomodan los dioses inmateriales e inhumanos, me entristece que haya creyentes a su semejanza, sin una gota de humanidad. 

No me enfadan los ritos ni las ceremonias de esos dioses, me fastidia que sus hijos actúen como si hubiera un contrato para la existencia que además puede ser negado en vida o muerte.

No me enojan los portadores de su palabra, me enfada que la arreglen a su antojo y comodidad con la intención cara de afectar al enemigo.

No me asustan esos dioses justicieros que han de conmoverse de las desgracias humanas, más compasivos que los soldados que los usan como escudos en guerras sin ley.

No le temo a la ira de esos dioses ni a su mano opresora, pues no son ellos quienes usan las mismas cuentas con las que rezan para ahorcar a los infieles.

No me da miedo ofender a esos dioses con mi palabra, porque ellos están muy por encima de los códigos humanos que han sido vendidos ya al mejor postor.

No me molestan los dioses mientras no vengan armados. Me molesta más bien que los usen como arma  ridícula, de ridículo y enjuiciamiento.

martes, 25 de septiembre de 2018

Elegía.

Sé que entiendes,
sé que hubieras comprendido.
Eso de que las almas juntas no tienen respiro,
que hay que ir corriendo para alcanzar el destino,
porque la vida es corta y se acaba el camino.
Que te hayan encontrado bien la cuadra y tu apellido,
tu nación vieja, tus amores perdidos.
Sigue pintando árboles, cáctus y niños.
Nos vemos pronto, mi viajero querido.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Silencio.

Me asusta el silencio que acuna como madre mis temores,
pues en sus brazos recoge la hiedra de mis lágrimas secas
y en la oscuridad sacia su sed bebiendo de mis ojos.

¿Qué es sino mi propia sombra quien forja su perfil?
Aquella que dentro del espejo del cielo se busca,
y ante el espejo del agua se esconde.

Me aterra el silencio que se acuesta sobre el suelo,
llenándolo con su cuerpo de sábana mojada,
excitada ante la soledad de las grietas y los huecos irreprochables.

¿Qué busca sino el consuelo de la memoria ajena...?
Vendiéndole su figura de cariño desvalido,
para cambiarla  por un puñado de recuerdos.

Me intriga el silencio que araña las paredes;
que se cuelga de los cables por las noches,
jugando a ahorcarse como bailarina torpe.

¿Qué trae en su entraña sino el aliento perdido del difunto...?
El vapor escurrido de las ventanillas de los trenes,
esos que corren sin rumbo, sin destino y sin precedente.

Me duele el silencio que aguarda entre dos pieles,
que se extingue entre campanas dobladas,
para erguirse más tarde cubierto de tierra.

¡Qué prisa tiene de crecer...!
De nadar entre las aguas densas del olvido,
de besar a la aurora.

Me asusta el silencio que acuna como madre mis temores,
pues con sus senos alimenta mi esperanza
y en la oscuridad sacia su hambre tragándose mi fe.


viernes, 9 de septiembre de 2016

Espiga.

Aquí donde caí, dicen que creceré torcida.
La presa -quieta al verme- ha cambiado el curso del río.
Aunque la tierra fértil aguarda mi semilla, soy hija abandonada.
La mano del agricultor no acaricia mi tallo y el sol me quema suspendido bajo su lupa.
Me riega la lluvia, sin embargo; ciega me persigue como el viento y las aves me cantan aunque aún no dé sombra.
El día sigue su curso sin preguntarme nada. No pide nombre para alcanzarme.
En el anonimato que procede a su muerte; bajo el manto de su hermana, me vuelvo semejante.
He caído aquí, desnuda. Ignorando que había que cubrirse.
¡Tonta de mí por pensar que la naturaleza no se equivoca!
¡Tonto agricultor que -sintiéndose dueño de su mano trabajadora- niega la labor que corresponde!
¡Qué ingenuos somos...! Discutiendo bajo la mirada del Tiempo, ése que -de todas formas- nos ve igual a ambos.


martes, 12 de julio de 2016

Separador.



Como todo lector que se respete poseo gran número de separadores, la mayoría bien cuidados aunque perdidos en alguna parte. A pesar de esto o gracias a lo último, sigo separando las hojas de mis libros con envoltorios de chocolate que manchan las páginas de color café –que juro parece sangre seca- o propaganda de tiendas o boletos de camión. La verdad es que lo único que prueban esas manchas y hojas, además de mi gusto por comer chocolate, es mi carácter siempre desordenado. He tratado de cambiar ese aspecto de mi persona con cierto ahínco y fracasado con más ahínco aún. Dicho defecto ha afectado mi vida de forma regular, haciéndome perder cosas valiosas como cuentos, anillos de plata o tiempo. Hoy vino a mi mente el tema de los separadores mientras leía algunos artículos de Roberto Bolaño. Tomé un descanso de mi lectura –tropezada y siempre interrumpida- para tomar un café con mi hermana. (Carolina -Dios la bendiga- es casi la única persona a la que seguiría hasta la muerte si me lo pidiera amablemente.) El tema de los separadores acudió a mi mente al mirar sobre la barra de la cocina el libro con una hoja que promocionaba los “nuevos modelos de verano” de una boutique sobresaliendo de él. Nunca pude tomar el hábito de usar separadores propiamente dichos. La única vez que lo intenté fue por causa de un novio que me regaló un separador de plata y hueso tallado con motivo de mi cumpleaños. La relación con ese sujeto fracasó terriblemente, por lo que sobra decir que mis intentos de usar separadores también. Cada tanto me encuentro con el mentado separador, arrumbado siempre detrás de mi desastre, seguro en una caja de color azul; y cada tanto siento culpa de no usarlo y dejar que se manche con el tiempo, culpa que solamente se ve mermada por el grado de repulsión que siento al pensar en cómo un objeto tan bello puede mancharse no sólo de manera física sino también sentimental. Pero bueno, el punto es que no suelo usar separadores –costumbre que como cualquier otra puede cambiar de un momento a otro y sin aviso- no sólo de manera literal sino también metafórica. No soy de las personas que doblan un pedazo pequeño de algún capítulo de sus vidas para poder  leerlo cuando se sientan listas; soy más bien de los individuos que queman las hojas viejas o las tachan con furia -con enojo de ese que daña no sólo el capítulo sino todo el libro de forma irremediable- o que siguen escribiendo sobre las páginas del capítulo a menudo y siempre con la esperanza de que continúe en el punto en que fue dejado. Soy del blanco o negro, inevitablemente. No me gustan los hilos sueltos en una madeja. Como casi todas las personas desordenadas, me encuentro con la ironía de que presento rasgos obsesivo-compulsivos para algunas cosas;  así que de la misma manera en que hace tiempo no toleraba que los alimentos se tocaran entre sí al servirse, tampoco me gusta que el pasado se mezcle con el presente o lo que es lo mismo: no me gusta que exista un hilo suelto “por ahi”. Dicha manía ingenua e infantil se ha moderado poco a poco hasta convertirse en una especie de capricho y paradoja: las cosas más bonitas que he tenido en la vida son todas causas de un enorme separador que no pude evitar colocar, ya fuera por miedo o berrinche, pero separador al fin y al cabo. Como una especie de nivel que funciona según una intuición femenina o embrujada, la vida ha decido elegir por mí dónde colocar los puntos suspensivos y doblar la página por si acaso. Debo reconocer que soy como verdugo sin piedad con memoria de corto plazo: corto cabezas con hachazos firmes si considero que la falta a mi persona o apellido es imperdonable, tacharía nombres de agendas telefónicas sin aún existieran,  y rompo gente de fotografías; pero al tiempo me entra una nostalgia por el pedazo arrancado y sea que encuentre los pedazos o no, algo hago para reparar la foto aunque nunca vuelva a colocarla en el álbum. Como niño o perrito asustado de ser descubierto en la travesura, elijo colocar eso que  antaño fue tan odiado en alguna parte de mi mente o cajón con cierta vergüenza de que alguien lo encuentre. Pensándolo bien no sé si sea cuestión de falta de memoria, angustia por algún castigo divino o simple flojera pero lo cierto es que me he vuelto fodonga con el tiempo y últimamente termino tachando nombres al aventón y sin ganas porque así lo requieren las reglas de etiqueta y las normas hechas por las buenas consciencias y los buenos cristianos. Esos que separaron la historia, ya saben.

lunes, 27 de junio de 2016

Correr.

Humedécete, anda.
Llueve alegre, corre.
Ya no te encojas más.
Al placer libre, sagaz...
Cual siervo entrégate.
Sofócate, no temas.
Llora de alegría.

Sé flexible ante él
Que esclavo libera
Y amo -sin miedo- falla
Gustoso ante ella.
Cantarina que ríes,
Dime tú ¿cómo cantas...?
¿...a la caricia suya?

Acompaña el ritmo.
Uno, dos y tres. Silencio.
Llamarada, luz blanca.
Luz cálida, amarilla.
Temblor: Acude pronto.
Libera, libérate.
Rindámonos sublimes.

Ahora que sonríes,
Guiñe entre las telas
Mientras suspiras breve.
Que el reloj suene, sucio.
Déjalo empolvarse.
Él nos espía quieto.
Obediente testigo.

Tic-toc, susurra. Tic-toc.
Intenta callarnos.
Ignóralo sin pensar.
Mejor oye el latir.
El compás esculpido
Entre las dos pieles.
Duras y siempre lisas.

Entrelazadas bailan
Entre esa música.
Gimiendo aquel dolor,
Que no lastima nada.
Sangrando lluvia clara.
Brisa indivisible
Que no limita nadie.

Llénanos de rocío.
Hoy llama inocente
Al clima que añora
Su voz, su piel callosa.
Lo profundo, su sombra.
La línea marcada.
Su corazón, el tuyo.

miércoles, 15 de junio de 2016

Epitafio.

Ojalá no rompan tu nombre las penas,
que baste con esas cenizas que dejas.
Tú que te vas sin apellido ajeno
soltando al olvido tristes sonetos.

No llores niña, abandona el duelo.
Esas lágrimas las llora el infierno,
ahora que despide atormentado
esa alma, ese cuerpo enjaulado.

Mujer caprichosa, vete a corriendo.
El tiempo que espera a los enfermos
no detiene el paso apresurado
de aquellos que se fueron, amando tanto.