viernes, 18 de noviembre de 2016

Silencio.

Me asusta el silencio que acuna como madre mis temores,
pues en sus brazos recoge la hiedra de mis lágrimas secas
y en la oscuridad sacia su sed bebiendo de mis ojos.

¿Qué es sino mi propia sombra quien forja su perfil?
Aquella que dentro del espejo del cielo se busca,
y ante el espejo del agua se esconde.

Me aterra el silencio que se acuesta sobre el suelo,
llenándolo con su cuerpo de sábana mojada,
excitada ante la soledad de las grietas y los huecos irreprochables.

¿Qué busca sino el consuelo de la memoria ajena...?
Vendiéndole su figura de cariño desvalido,
para cambiarla  por un puñado de recuerdos.

Me intriga el silencio que araña las paredes;
que se cuelga de los cables por las noches,
jugando a ahorcarse como bailarina torpe.

¿Qué trae en su entraña sino el aliento perdido del difunto...?
El vapor escurrido de las ventanillas de los trenes,
esos que corren sin rumbo, sin destino y sin precedente.

Me duele el silencio que aguarda entre dos pieles,
que se extingue entre campanas dobladas,
para erguirse más tarde cubierto de tierra.

¡Qué prisa tiene de crecer...!
De nadar entre las aguas densas del olvido,
de besar a la aurora.

Me asusta el silencio que acuna como madre mis temores,
pues con sus senos alimenta mi esperanza
y en la oscuridad sacia su hambre tragándose mi fe.


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