viernes, 9 de septiembre de 2016

Espiga.

Aquí donde caí, dicen que creceré torcida.
La presa -quieta al verme- ha cambiado el curso del río.
Aunque la tierra fértil aguarda mi semilla, soy hija abandonada.
La mano del agricultor no acaricia mi tallo y el sol me quema suspendido bajo su lupa.
Me riega la lluvia, sin embargo; ciega me persigue como el viento y las aves me cantan aunque aún no dé sombra.
El día sigue su curso sin preguntarme nada. No pide nombre para alcanzarme.
En el anonimato que procede a su muerte; bajo el manto de su hermana, me vuelvo semejante.
He caído aquí, desnuda. Ignorando que había que cubrirse.
¡Tonta de mí por pensar que la naturaleza no se equivoca!
¡Tonto agricultor que -sintiéndose dueño de su mano trabajadora- niega la labor que corresponde!
¡Qué ingenuos somos...! Discutiendo bajo la mirada del Tiempo, ése que -de todas formas- nos ve igual a ambos.


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