Como un gusto amargo que pasó por su boca, el miedo se anidó en su garganta taladrándole la traquea y bloqueando el paso de aire a sus pulmones. Su cuerpo, convertido ahora en una imagen petrificada de sí misma pareció perder el sentido de orientación, como si todo a su alrededor se moviera demasiado rápido. Apretó los ojos horrorizada mientras su mano temblaba. La sangre corría desde su labio inferior hasta su barbilla y brotaba de una herida aún abierta provocada por sus propios dientes. Lo único que sentía era el contacto frío del metal entre sus dedos. En un arranque de locura pensó que esa imagen la mantendría cuerda, todo estaría bien mientras no volteara hacia un lado. No debía mirar, sin importar cuánto lo deseara. El recuerdo fugaz de una sonrisa le golpeó el pecho tan fuerte que sintió náuseas. Le había dicho que no parara, le había pedido, suplicado, que siguiera y en respuesta él le había sonreído con ternura casi como apiadándose de su miedo infantil. En ese momento se había sentido ridícula, él tenía razón, no iba a pasar nada, sólo tomaría unos minutos. Recordó el tacto de su mano caliente cuando la había tomado jalándola hacia ella mientras insistía. La yema de sus dedos era áspera, pero el resto era suave. Clavó las uñas en su pierna como tratando de impedir que su mano buscara su calor mientras se obligaba a mantener la mirada fija en el picaporte de la puerta. De pronto comenzó a recordar y se sintió estúpida. ¿Por qué no le había dicho? Aún cuando él le había preguntado, ella había respondido que nada pasaba. ¿Por qué no le había dicho que tenía miedo? Recordó el cosquilleo que sintió en la nuca cuando escuchó el chillido de la llanta. Las mejillas le ardían. Sentada en el asiento del carro, cobijada por el silencio parecía escuchar el camino que recorrían sus lágrimas, como si aquellas fueran esferas pesadas. Levantó un poco la vista. Nada, sólo oscuridad. Un tinte negro se extendía en el horizonte entre oleadas de viento. Sin poder resistirlo más; volteó. Su mirada caminó lentamente por el cuerpo que se encontraba a su lado. Su perfil se distinguía apenas en la oscuridad. Su silueta -más sombra que hombre- componía un cuadro perfecto con el cristal de la ventana. Un halo de luz que parecía salir de la nada caía como un hilo delgado sobre él. Su mano permanecía intacta sujeta al volante, como ajena a la condición de su dueño. Su mirada fija hacia el frente parecía congelada en el tiempo como perdida en pensamientos que ella desconocía. ¡Todo parecía tan irreal! Todo. Desde el silencio hasta su pose perfecta tenían un deje siniestro. Como si no fuera posible, como si aquello fuera antinatural o enfermizo. Hasta que su mirada se dirigió hacia su cuello. Una vez que observó casi oculto por su cabello un agujero pequeño y oscuro del que brotaba un camino de sangre seca. El montón desordenado de cristales sobre su regazo. Todo el cuadro cobró sentido de repente. Le había dicho que parara, le había suplicado que parara. ¿Por qué no le había dicho que sentía miedo? ¿Por qué? Porque el miedo que sentía era hacia sí misma. Hacia lo que era capaz de hacer.
uuuuu que meyooo!!! muy buenooo
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