lunes, 16 de abril de 2012

"Sangre y Piedra".

Mi pecho, capullo de ansia porque vuelvas,
seques heridas de mi lucha quieta.
Conviertan tus dedos en sonrisa mi mustia mueca.
Insatisfacción, fantasma en nación ajena.
Sombría espiral de hastío y vergüenza.
Grita su nombre tu mirada hambrienta.
¿Es su nombre o el tuyo?
Ya dudo  tu existencia.
Te has esfumado en sueños, gaviota viajera.
Te has vuelto noche, sol oculto de gozo compartido, de añoranza serena.
Vuelve.
Temo olvidarte, mezclarte con memorias traicioneras.
Entre el ruido, es tu garganta  compañía pasajera.
¿Qué decir de tus sonrisas, tus palabras zalameras? 
¿Te has vuelto él?
Mis ojos no gritan mudos de llorarte, piedra.
A tu corazón marchito mi calidez no llega. 
¿Qué envenena tus raíces?
Paciente la crueldad, amor de primitiva manera.
Si el que ama, odia y el que odia, desprecia...
¿Acaso no alcanza para mí tu ira ciega?
Esclavo eres, encerrado cualquiera.
Bufón mi cariño, llave lastimera.
Aunque viva encerrada dentro de tu celda,
no existe llave para la herida abierta.
Si fueras agua, correrías por mis mejillas,
si fueras aire, cortarías mi garganta.
Pero eres tierra que detiene, 
como ancla al piso mi marcha.
Retoma tu camino como raudal de lágrimas,
abraza la derrota en tu conciencia clavada.
Cae de rodillas.
Con las mías no basta, áridas y secas en tierra extraña.
Lleva a tu rostro sucio tus manos ensangrentadas.
Más mías que tuyas, más rojas y amargas.
De tímpanos heridos por tus palabras.
Vuelve pronto.
 piedra, yo esclava.

jueves, 12 de abril de 2012

"Juguete".

Despertó. El golpe sordo que sonó en la habitación había interrumpido lo que parecía un sueño inquieto. Abrió los ojos pensando que el sonido provenía de su cabeza, residuo de la pesadilla que estaba teniendo;  pero una vez despierta se repitió con la misma intensidad.
-Si aquel sonido, alojado en mi sueño se repitiera, ¿no sería el eco del primero? -se dijo. Sin embargo el sonido persistía, si es posible más fuerte. Retumbaba en sus oídos y vibraba en su caja torácica como un golpe rápido de mediana magnitud.
Lo único consistente del sonido era la distancia. Ya fuera por un efecto acústico o por alguna otra razón, el sonido parecía rebotar justo al lado de su cama, como si una pelota de hule fuera lanzada hacia el muro una y otra vez cada lapso de tiempo. Esperó hasta que el próximo golpe se produjo para seguir su trayectoria imaginaria. Giró su cabeza hacia su lado derecho y una vez que terminó, siguió pensando en la pelota de hule que parecía terminar su recorrido a la altura de los pies de su cama. Adormilada en un estado de semiinconsciencia, el sonido no terminaba de cobrar ningún sentido; no era lógico ni absurdo, era simplemente un ruido molesto que captaba su atención. Sus oídos más despiertos que sus ojos procesaban el sonido de forma mecánica pero su mente no terminaba de entenderlo del todo. No tenía  importancia qué  producía el sonido, de dónde venía o porque parecía detenerse a su lado. Lo único que importaba era el tiempo que tardaba en hacerlo. La forma en que el silencio antes del siguiente golpe se estiraba o alargaba como una cuerda floja esperando tensarse. ¿Quién estiraba la cuerda? Se sentía como un minúsculo organismo en una caja de Petri. Observada. Sus reacciones parecían  parte de un experimento social visto desde un punto superior a su cabeza. Se sintió atrapada en una paranoia de reacciones predecibles, como simple rata de laboratorio colocada dentro de un laberinto de un solo camino. Un simple sonido la había despertado y conservado en una especie de encantamiento que la mantenía sumergida en una conciencia nebulosa. Su cuerpo se encontraba preso por las sábanas de color azul de su cama, las cuales habían adquirido un peso excesivo. Cada una de las arrugas parecía llenar su propio vacío con esferas de oxígeno que se volvían cada vez más grandes,  de forma que sus piernas quedaban atrapadas entre la capa de arrugas y el peso de sus brazos.  Su espalda recargada en la almohada no tenía más peso que el de haberse vuelto el tambor de una mano ajena;  pero su cabeza, cansada de oír el mismo sonido había cobrado mayor tamaño. Las venas de su sien habían aumentado su volumen, como si su sangre, incapaz de circular por sus miembros entumecidos, se dirigiera de forma rápida a la parte superior de su cabeza y no encontrara salida por ninguna otra parte. Sus ojos parpadeaban siguiendo el sonido de los golpes, como esperando su señal. A medida que aguardaban el siguiente,  cobraban la cualidad de celadores viejos, reaccionando de forma inmediata a cualquier sonido o movimiento. La secuencia se había vuelto su música y sus ojos -bailarines principiantes-, iban adquiriendo experiencia para seguirla. Máquina sincronizada de reacciones sutiles, su cuerpo era controlado a distancia. Una señal a un radio de kilómetros o años luz, accionaba el botón que dirigía su cuerpo, marcaba el recorrido de su sangre a través de sus venas flacas y el ritmo de sus latidos y parpadeos. Quizás no era más que un reflejo, una mirada a través del espejo que se encontraba delante de ella. Detrás de aquel artilugio traicionero que la miraba todos los días, un niño jugaba con ella tratando de hacer que atrapara su pelota de hule. Pero ella - colocada en su punto ciego- era incapaz de verla o alcanzarla, mucho menos devolverla; así que el niño repetía la acción una y otra vez, esperando que la siguiente pelota fuera por fin atrapada. Y ella, presa de sus piernas, no podía alcanzarla. Era un juego desigual. Simple, pero desigual. El niño del espejo jugaba con su cabeza y ella no podía evitarlo. Se conformaba con seguir la jugarreta aunque no le encontraba ninguna gracia. El pequeño la tenía controlada. Y ella aceptaba el hecho con una indiferencia floja, con una determinación casi inexistente. No pretendía siquiera levantarse o no podía hacerlo, pendiente del siguiente sonido como un cachorro al silbido de su dueño. Tratar de desafiar al hecho sería locura y la locura no encaja en el mundo. No, no en su mundo. Su mundo está compuesto de cosas medibles. La locura no puede medirse, no es real. Y cualquier cosa que la implique es inexistente. Si tratara por ejemplo de parpadear antes de tiempo, las leyes naturales de la lógica se lo impedirían. La dejarían ciega. El levantarse de la cama no tiene lógica, porque lejos de ella no podría escuchar los golpes. Sin ellos, dejaría de parpadear, sin parpadeos su corazón se pararía. Y entonces ella tendría que permanecer detenida en el lugar donde sus latidos culminaron. Como un reloj descompuesto, esperando que alguien le de cuerda. No puede hacerlo. Debe continuar esperando, aunque sus ojos se sequen no puede parpadear a destiempo. Eso la mataría. O al menos la pararía, y Dios sabe que no puede parar. Debe seguir escuchando, atenta a los golpes de la pelota de hule. Víctima de la cuerda que se estira y  afloja a placer de quién la maneja. Si la ignora puede que no despierte del todo, que quede varada en el mundo nebuloso. Sin parpadear. Cautiva de su propio cuerpo. Es mejor seguir escuchando. Escuchar no daña a nadie. No cuesta nada. Escuchar libera y ella tiene ganas de huir, de dejar el espacio delante del espejo, de cambiar de lugar. Quiere abrir los ojos. Quiere dejar de soñar despierta. Todo lo demás sería una locura. Y la locura no existe.






domingo, 8 de abril de 2012

"Ventana"

Hoy no pude más que sentirme identificada con el pensamiento de una persona que aunque desde muy lejos, dejó un profundo impacto en mí.  La frase versaba sobre dos creencias populares muy bien conocidas: Una vez que una cosa mala pasa, todos los eventos negativos de tu vida parecen surgir de una forma cruel  y después de un gran evento negativo, comienzan a pasarte cosas buenas, como si la felicidad tocara tu puerta. El texto hacía mofa de la frase diciendo que ya que ella vivía en un edificio, esperaba que alguien tocara por el intercomunicador ya que sin la contraseña es imposible subir más alto. ¿Será esa la verdad detrás de todas nuestras esperanzas rotas? No veo otra opción, no creo ser la única que piense que todo el tiempo las oportunidades nos pasan de largo porque desconocen la contraseña adecuada y les es imposible subir a tocar nuestra puerta. La verdadera pregunta es: ¿Nosotros la conocemos? Si es así, ¿qué  nos mantiene cautivos dentro, detrás de aquella puerta que nos separa del mundo exterior? Conocemos la forma de salir pero al mismo tiempo somos nuestros propios captores, nadie va a venir a sacarnos, nadie puede, sólo nosotros. Lo curioso es que la puerta no es la única salida. Existe una ventana. Para cada uno de nosotros la ventana es distinta, difiere tanto en forma como en tamaño. Creo que la mía tiene forma arabesca y le entra mucha luz. No sé cómo sea la ventana de las demás personas pero apuesto a que existe.

sábado, 7 de enero de 2012

"Cristal".

Como un gusto amargo que pasó por su boca, el miedo se anidó en su garganta taladrándole la traquea y bloqueando el paso de aire a sus pulmones. Su cuerpo, convertido ahora en una imagen petrificada de sí misma pareció perder el sentido de orientación, como si todo a su alrededor se moviera demasiado rápido. Apretó los ojos horrorizada mientras su mano temblaba. La sangre corría desde su labio inferior hasta su barbilla y brotaba de una herida aún abierta provocada por sus propios dientes. Lo único que sentía era el contacto frío del metal entre sus dedos. En un arranque de locura pensó que esa imagen la mantendría cuerda, todo estaría bien mientras no volteara hacia un lado. No debía mirar, sin importar cuánto lo deseara. El recuerdo fugaz de una sonrisa le golpeó el pecho tan fuerte que sintió náuseas. Le había dicho que no parara, le había pedido, suplicado, que siguiera y en respuesta él le había sonreído con ternura casi como apiadándose de su miedo infantil. En ese momento se había sentido ridícula, él tenía razón, no iba a pasar nada, sólo tomaría unos minutos. Recordó el tacto de su mano caliente cuando la había tomado jalándola hacia ella mientras insistía. La yema de sus dedos era áspera, pero el resto era suave. Clavó las uñas en su pierna como tratando de impedir que su mano buscara su calor mientras se obligaba a mantener la mirada fija en el picaporte de la puerta. De pronto comenzó a recordar y se sintió estúpida. ¿Por qué no le había dicho? Aún cuando él le había preguntado, ella había respondido que nada pasaba. ¿Por qué no le había dicho que tenía miedo? Recordó el cosquilleo que sintió en la nuca cuando escuchó el chillido de la llanta. Las mejillas le ardían. Sentada en el asiento del carro, cobijada por el silencio parecía escuchar el camino que recorrían sus lágrimas, como si aquellas fueran esferas pesadas. Levantó un poco la vista. Nada, sólo oscuridad. Un tinte negro se extendía en el horizonte entre oleadas de viento. Sin poder resistirlo más; volteó. Su mirada caminó lentamente por el cuerpo que se encontraba a su lado. Su perfil se distinguía apenas en la oscuridad. Su silueta -más sombra que hombre- componía un cuadro perfecto con el cristal de la ventana. Un halo de luz que parecía salir de la nada caía como un hilo delgado sobre él. Su mano permanecía intacta sujeta al volante, como ajena a la condición de su dueño. Su mirada fija hacia el frente parecía congelada en el tiempo como perdida en pensamientos que ella desconocía. ¡Todo parecía tan irreal! Todo. Desde el silencio hasta su pose perfecta tenían un deje siniestro. Como si no fuera posible, como si aquello fuera antinatural o enfermizo. Hasta que su  mirada se dirigió  hacia su cuello. Una vez que observó casi oculto por su cabello un agujero pequeño y oscuro del que brotaba un camino de sangre seca. El montón desordenado de cristales sobre su regazo. Todo el cuadro cobró sentido de repente. Le había dicho que parara, le había suplicado que parara. ¿Por  qué no le había dicho que sentía miedo? ¿Por qué? Porque el miedo que sentía era hacia sí misma. Hacia lo que era capaz de hacer.

jueves, 5 de enero de 2012

"Un Golpeteo en la Frente".

Sin importar quiénes seamos, el tiempo que tengamos como habitantes de esta Tierra cual viajeros o visitantes temporales, hayamos decidido permanecer o seamos esclavos de circunstancias que nos atan; existen momentos que nos devuelven la conciencia del valor que estamos obligados a conferirle a nuestra vida. Nos brindan un tipo de certeza quizás extraña pero genuina, una sensación casi olvidada que en cuanto regresa es imposible de ignorar. Caminamos como autómatas, queriendo permanecer en la sombra, pero deseando en el fondo ser vistos por los demás con un poco más de luz. Ser descubiertos en las calles o  en los rincones solitarios donde hemos elegido anidar. No son otros los que nos ignoran o desmerecen, somos nosotros mismos. No es la vida la que nos castiga, elegimos el grosor del látigo que nos  golpea día a día. Como muestra de cobardía o simple ignorancia autoelegida de nuestra condición de verdugos, colocamos la capucha de asesinos de sueños en rostros familiares ya sea por el dolor que han provocado o -irónicamente- el cariño que han ofrecido. Hoy quiero dedicar un momento a aquellos que por efecto del destino no han tenido más opción que aceptarse como dueños de su vida, de sus decisiones, de su alegría o desgracia. Aquellos que han madurado sin pretenderlo de una manera tan rápida que nos parece cruel. Para ser sincera, no siento ni pena ni lástima por ellos, siento admiración. Ellos han logrado enriquecer su alma de una forma que algunos aún no somos capaces de comprender. Han aprendido a ser felices. Ser felices con lo que pueden, con lo que encuentran, con lo que descubren, con lo que pierden. Se han vuelto amigos de sí mismos, se han reconciliado con su corazón. Ojalá un día pueda ser como ellos. He aceptado que mi vida -aunque minúscula parte de esta tormenta tan grande-- tiene importancia en el curso del mismo viento que la dirige.
Hoy he comprendido que la vida es fácil aunque fácil sea una palabra muy difícil de aceptar.