lunes, 12 de enero de 2015

"Epístola".

Allá donde el río me lleva dormida, me despiertan laureles, acariciándome la frente.

Siento que llamas mi nombre entre la selva húmeda, pero mi mirada quieta no te escuchan vibrar entre el verde del follaje.

Te espero sedienta, sumergida en el cielo nocturno. Mi ajuar de luna y estrellas tintinea en el frío. Me he vuelto blanca de tanta tristeza y temo que al mirarme me desconozcas. Sé que cuando vuelvas, el sol entrará a mis mejillas y a mis ojos que andan enloquecidos, vueltos hacia adentro buscándote en mi corazón.

Grita mi nombre desde lejos para que los dioses suspiren y despejen las nubes del cielo hoy que me buscas en él, amor mío.

No desprecies la espera, porque únicamente el tiempo me llevará a ti; lo he visto pasar tantas veces que he comprendido que mis horas son distintas a las tuyas.

Ahora lloro, en busca de que el universo conmovido esculpa un río con mis lágrimas y te permita nadar hasta mí.

¿A dónde has ido? ¿Por qué te escondes la mano dentro de tu pecho? No te abandones a la desesperanza, que en aquel corazón tuyo que late, vive mi amor, incorruptible y expectante.

Allá donde me lleva el río lleva dormida; te espero hasta el día en que al cerrar los ojos, despiertes para siempre a mi lado.

Para siempre tuya, 

C.