viernes, 3 de octubre de 2014

CIUDAD.




¿Ciudad, por qué atropellas al hombre cansado?
Lo retienes en tu seno aún cuando tus venas ya no corren igual.
Él debe aspirar el aire de tus pulmones viejos, compartir tu respiración.
Ciudad, ¿por qué estás cansada?
¿Ha sido el hombre mismo quien te ha acabado?
Aún cuando lloras, tus lágrimas sucias le asquean, no las comprende.
Dice que te caes sobre él, que te destruyes sola.
Se siente traicionado pues ya no le proteges.
Le haces sentir desnudo.
Desnuda, tú; sin nada más que el cielo que te cubra de las estrellas.
El sol también te quema, el aire te resfría.
¿Quién cuida de ti, ciudad mía?
Habremos olvidado acaso tu verdadero rostro, sepultado entre la suciedad de las calles.
¿En qué momento tu caricia se volvió trinchera?
Entre aquellas hostilidades, el hombre y tú se han vuelto enemigos.
No asfixies al hombre, ciudad.
Él confía en tí. 
Aguarda a tu amparo el paso del tiempo.
Tal vez necesites esperar tu también, abrigada por debajo las nubes.